Venezuela: La Asamblea Constituyente abre nuevo capítulo

La convocatoria de una nueva Asamblea Constituyente abrió el capítulo más reciente y posiblemente decisivo, en la crisis política de Venezuela. El presidente Nicolás Maduro convocó la Asamblea para dar mayor legitimidad democrática a su régimen y dejar de lado el Parlamento, dominado por la alianza opositora de derechas, MUD. Ha sido una medida desesperada en respuesta al aumento de la inestabilidad, inflación y hambre pero que probablemente reduzca la base de apoyo al gobierno y aumente su dependencia de un aparato represivo que a su vez es poco fiable. Aunque se ha hecho a imagen de la Asamblea Constituyente que elaboró la actual Constitución, la Asamblea de hoy es un cuerpo muy diferente de la de julio de 1999, elegida en la culminación de la “Revolución Bolivariana”.

Uno de los primeros actos de la nueva Asamblea fue desplazar a Luisa Ortega de su cargo como Procuradora General. Ortega, quien fue nombrada bajo Hugo Chávez y renovó el mandato bajo Maduro hace sólo dos años, se había opuesto a la convocatoria de la Asamblea como una maniobra antidemocrática. Sin lugar a dudas, el MUD utilizará su cese para reforzar su afirmación de ser “los defensores de la democracia”.

La oposición misma condenó la convocatoria de una Asamblea Constituyente y boicoteó la elección, reforzando esto con piquetes y bloqueos. Cualquiera que sea la verdad de las cifras de participación real, el boicot aseguró que los simpatizantes de Maduro dominaran completamente la Asamblea, demostrando claramente el enfrentamiento institucional entre ella y el Parlamento. Ahora, los “demócratas” del MUD están reclamando instituciones estatales paralelas, una especie de “mesa redonda” de la “unidad democrática”, claramente una fachada pseudo-democrática para un gobierno alternativo de la derecha pro imperialista.

Esto viene después de meses de campaña contra el gobierno, tratando de aprovechar el impacto del empeoramiento de la situación económica. Las raíces de la crisis, sin duda, se encuentran en el fracaso del régimen bolivariano de reestructurar la economía y apartarla de la completa dependencia del petróleo, pero los efectos inmediatos: hiperinflación, la dramática escasez de alimentos y otros bienes esenciales, han sido exacerbados por el acaparamiento sistemático y el mercado negro. En lugar de movilizar a las masas y reconocer el derecho de las organizaciones populares, incluyendo sindicatos y grupos comunitarios, a intervenir directamente para resolver tales problemas, el Gobierno ha recurrido a la represión.

La oposición en Venezuela no está en la calle para “compartir el poder”, sino para cambiar el régimen. En esto está respaldada por el imperialismo de Estados Unidos y otras potencias occidentales, todos los regímenes pro-EEUU de América Latina y los medios de comunicación. En Venezuela, el MUD representa los intereses de clase de la “vieja” oligarquía, que trataron el país y el estado como su propiedad privada. Ha podido aglutinar a las clases “medias”, a sectores de la burguesía, al estrato profesional intermedio en la ciudad y el campo, así como a los estudiantes e incluso a desilusionados ex partidarios del régimen.

Hasta ahora, no ha sido capaz de atraer al ejército, ni siquiera a las unidades clave. El ataque contra los cuarteles en Valencia el 6 de agosto por parte de para-militares, liderado por ex oficiales, sin embargo, muestra que la desafección se está propagando. Además, los imperialistas occidentales están animando activamente a la expulsión de Maduro, incluso por levantamiento armado y guerra civil. Washington ha designado oficialmente al régimen venezolano como “dictadura” e impusieron más sanciones. El bien conocido demócrata, el golpista brasileño Michel Temer, se ha unido a la campaña y, junto con los otros miembros de pleno derecho, Argentina, Uruguay y Paraguay, ha suspendido los derechos de Venezuela dentro de Mercosur, el mercado común de América del sur.

Mientras que el gobierno de Estados Unidos es abiertamente hostil a Maduro, otros imperialistas toman un enfoque menos directo. El Presidente francés, Emmanuel Macron, se ofreció a sí mismo como un “mediador”. Sin embargo, ¿que podría lograr una «mediación» aparte de extender el tiempo y el espacio para que la oposición socave al régimen y logre la expulsión o la capitulación del gobierno bolivariano, ya sea a través de un retiro total, un “período transitorio” o un asalto armado directo?

La política y el carácter del actual régimen

Bajo esta perspectiva, es irónico que Maduro mismo haya llamado a la «mediación» con la oposición o, más precisamente, con la clase capitalista venezolana y el imperialismo, durante años. De hecho, un número de los partidarios acríticos del gobierno bolivariano no se cansan de explicar que ha apuntado a compromisos, acuerdos y la incorporación de las fuerzas de oposición en varias ocasiones. Lo que parecen no entender es que las viejas elites y sus partidarios imperialistas no están interesados en recuperar una parte de su riqueza, quieren todo, y ahora ven la oportunidad de conseguirlo.

La actual crisis económica se originó en la crisis financiera de 2008 y el deterioro del precio del petróleo. Bajo Chávez y Maduro por igual, el proyecto Bolivariana en su conjunto, la redistribución de la riqueza del país, los programas sociales para los pobres, los incentivos para la inversión de los capitalistas venezolanos, todo dependía de los ingresos del petróleo. Siempre y cuando el país tuviera superávit, podría mantener las mejoras sociales reales para los pobres en forma de rentas mínimas y salarios. Sin embargo, no atacó a la dependencia del país de las exportaciones de petróleo y así fracasó a la hora de cambiar su estructura económica.

Hay una razón simple, fundamental, para esto. Tanto bajo Chávez como bajo Maduro, la marca Bolivariana de “socialismo” no tomó la propiedad privada de los medios de producción. En lugar de la expropiación de las clases capitalistas e imperialistas nacionales, prefirió “alentar” a la burguesía “patriótica” y desarrollar una economía “mixta”, una palabra más agradable que “capitalista”.
Esto no sólo fracasó a la hora de superar el legado económico de la estructura semicolonial del país sino también al apaciguar a la clase dirigente tradicional. Continuaron teniendo como objetivo el derrocamiento del régimen aunque, después de varios intentos fallidos de golpe de estado y derrotas electorales, se vieron obligados a adoptar una estrategia más defensiva y se presentan como más “democráticos”.

Al mismo tiempo, el mantenimiento de las relaciones de propiedad capitalista y el mercado, y la confianza en el aparato de estado burgués, también condujo a la creación de un enemigo de clase dentro del movimiento Bolivariano. Muchos burócratas y oficiales no sólo “mediaron” burocráticamente entre clases antagónicas, a menudo a expensas de los trabajadores y los pobres, sino que se convirtieron en capitalistas, la “Boli-burguesía”. El ejército también estableció una serie de iniciativas económicas por sí mismo.

Una vez que los ingresos del petróleo no pudieron financiar los programas sociales nacionales, el régimen intentó mantenerlos a través de la devaluación de la moneda y la deuda externa. Esto dio lugar a un aumento masivo de la deuda pública. En la actualidad, Venezuela, a pesar de su enormes reservas de petróleo, es uno de los países más endeudados del mundo. Sin embargo, al igual que el régimen evitó cualquier reto serio a la propiedad privada en el país, y sólo recurrió a ocasionales nacionalizaciones donde se vio obligado por las protestas de los trabajadores contra sus patronos, ha seguido pagando sus deudas hasta ahora.

Todo esto, sin embargo, no pudo evitar el colapso de la economía, que ha decrecido desde 2013. El FMI estima que el PIB se contrajo en un 35% en los últimos 4 años, una contracción mayor que la de la economía de Estados Unidos entre 1929 y 1933. El país o, más bien, la clase obrera, los campesinos y los pobres, han sido golpeados por la híper-inflación y la creciente pobreza. El hambre se ha convertido en un fenómeno generalizado, no principalmente como resultado de la escasez de alimentos, sino por la especulación, el acaparamiento y una expansión del mercado negro. Todo esto alentó a los elementos corruptos y burgueses en el aparato del estado a enriquecerse. Por otra parte, la derecha ve la creciente crisis económica como una oportunidad de oro y recurre al sabotaje económico y el boicot con el fin de desmoralizar a las masas, aumentar su desesperación y así destruir la base social del PSUV y del gobierno.

La política de maduro ya ha hecho mucho realmente en ese sentido. Mientras que las afirmaciones de que su gobierno no tiene ningún tipo de base son claramente falsas, es igualmente claro que el apoyo social está disminuyendo. La Asamblea Constituyente no sólo no ha podido apaciguar a la oposición, no hizo nada tampoco para entusiasmar al movimiento Bolivariano. ¿Qué podría traer una nueva Constitución si el gobierno es incapaz de resolver los temas candentes del día, la cuestión de la comida, el renacimiento de la vida económica? Lo que se necesitaba no era una “Asamblea Constituyente” rellena al completo de simpatizantes del gobierno, sino medidas drásticas para expropiar a los ricos, a los capitalistas, a los especuladores, tanto de la oposición como de dentro del aparato del estado “Bolivariano”.

Estrategia

Esto, sin embargo, requeriría un cambio completo de programa y estrategia política. La crisis actual ha puesto de manifiesto las contradicciones internas de toda la estrategia “socialista”, populista, Chavista/Bolivariana. Es un utópico intento de conciliar los intereses de la clase obrera y las masas populares con los de la clase capitalista, para servir a los explotados y los explotadores por igual. La imposibilidad de la aplicación de esta estrategia es lo que ha llevado a un movimiento más a la derecha del gobierno de Maduro, ofreciendo concesiones al capital imperialista, no sólo a Estados Unidos, sino también a rusos y chinos. Puede verse también en la creciente concentración de poder en el aparato del estado y por lo tanto el carácter bonapartista del régimen. Aunque el gobierno puede haber pretendido aliviar la situación de las masas, esto resultó imposible, porque no quiso tocar la propiedad privada o el poder social de los capitalistas y sus partidarios.

Los revolucionarios no deben ocultar estos hechos o convertirse en apologistas del gobierno como ya han hecho algunos estalinistas o simpatizantes de la izquierda nacionalista de la Revolución Bolivariana. Es esencial elevar abiertamente las críticas y apuntar a sus raíces en el proyecto bolivariano, puesto que los avances logrados en las últimas décadas no pueden ser defendidos, y mucho menos extendidos, mientras que el proyecto dure. Sólo un cambio de estrategia; expropiación de los imperialistas, capitalistas y terratenientes y la sustitución del estado burgués “Bolivariano” por un estado de trabajadores basado en consejos y milicias de masa armadas, será capaz de derrotar a la contrarrevolución que ya se está preparando.

Ante la ofensiva de la derecha y el imperialismo de Estados Unidos, los revolucionarios tienen que avanzar en una alternativa política a Maduro, una estrategia para la revolución socialista y la creación de un gobierno de los trabajadores basado no en el aparato burocrático existente ni en un ejército en el que no se puede confiar social o políticamente. Al mismo tiempo, sin embargo, debe también tener en cuenta el peligro inmediato de una toma de control contrarrevolucionaria y pro-imperialista o incluso una intervención armada auspiciada por Estados Unidos.

Aunque el régimen Maduro no es, en manera alguna, un gobierno de los trabajadores, su derrota a manos de la oposición pro imperialista sería una derrota para la clase obrera y las masas populares. La situación es comparable a la de Chile antes del golpe contra Allende o la Guerra Civil y el Frente Popular en España. También en esos casos, los gobiernos de frente popular, es decir, gobiernos transversales de clase que incluían organizaciones de la clase obrera de origen socialdemócrata y estalinista, limitaron el radicalismo de las masas con el fin de mantener sus compromisos con el capitalismo. En Venezuela, el movimiento Bolivariano incorpora un frente popular desde dentro. El PSUV, un partido de masas de millones de militantes, es un frente popular. Como Trotsky observó, dicha formación tiene una tendencia inherente al bonapartismo, puesto que necesita un hombre fuerte, un caudillo, para presentarse como alguien por encima de las clases. Cuanto más adversa es la situación, más se acerca a una forma de gobierno bonapartista. Cuanto más intenta apoyarse en las fuerzas del orden, la burocracia y el ejército burgués, más prepara su propio derrocamiento.

Como con España y Chile, el régimen de Maduro no marca el comienzo de un período de estabilidad impuesta después de la derrota de una lucha de clase revolucionaria, como en el bonapartismo clásico de Louis Bonaparte. En cambio, es un régimen de crisis en medio de la decadencia económica, la inestabilidad política y lucha de clases creciente. Es, por tanto, transitorio, y será sustituido por un gobierno que resuelva la crisis a través de la expropiación de la burguesía y el establecimiento del estado obrero o será derrocado por una contrarrevolución pro imperialista.

Claramente, el desarrollo de esto último sería una derrota para los trabajadores, campesinos y pobres, no sólo de Venezuela, sino de toda América Latina. Señalaría un enorme fortalecimiento del imperialismo de Estados Unidos y alentaría a las fuerzas reaccionarias en todas partes, más obviamente en el vecino Brasil. En todo el mundo se utilizaría para “demostrar” el fracaso del “socialismo” y el populismo de izquierdas con el fin de desorientar y desmoralizar a los obreros y activistas de izquierda.

A pesar de su movimiento a la derecha, sería estúpido, de hecho, políticamente criminal, presentar igualmente al gobierno de Maduro y a la oposición de derecha como fuerzas reaccionarias. La derecha expresa los intereses de la élite tradicional, pro-EEUU y su objetivo es el poder del estado por cualquier medio. El gobierno del PSUV y Maduro son fuerzas populistas burguesas que, a pesar de su estrategia de compromiso con la burguesía nacional y las potencias imperialistas, también representan un movimiento de masas, incluso aunque sus propios dirigentes lo socaven constantemente. Por lo tanto, la prioridad inmediata es evitar su derrocamiento por la derecha y, en ese sentido, defenderlo.

Esto no significa abandonar nuestras críticas a Maduro y a todo el proyecto “Bolivariano”. Lejos de abrir el camino al socialismo, ha creado un callejón sin salida en la forma de una crisis de la sociedad venezolana que sólo puede resolverse con su destitución. Pero ese retiro debe ser el trabajo de la clase obrera revolucionaria, y por eso pedimos la activación y la movilización de los trabajadores y las organizaciones de barrio. Muchas de ellas fueron creadas por el régimen bolivariano, pero ahora deben dejar de ser meros auxiliares partidarios del régimen y convertirse en fuerzas de pleno derecho.

En esto, estamos repitiendo conscientemente las tácticas de los bolcheviques 100 años atrás, cuando exigieron el armamento de los soviets para defender a Kerensky contra Kornilov. Fue precisamente en aquel momento cuando León Trotsky finalmente se unió al partido Bolchevique pero hoy quienes proclaman su lealtad al trotskismo en Venezuela, han dado la espalda a su programa. En un comunicado publicado por International Viewpoint el 5 de agosto, los “Anticapitalistas”, mientras insisten en que no dan al gobierno de Maduro “apoyo incondicional”, sin embargo lo reconocer como parte de “un proyecto socialista, revolucionario y radicalmente democrático” y pasan a explicar que su idea de una “revolución en la revolución” es “… extender las libertades, luchar contra la burocracia con la democracia, redistribuir mejor la riqueza y crear mecanismos institucionales que garanticen el control de la economía y el estado por las clases populares”.

Ni una palabra sobre la necesidad de derrocar el estado burgués y reemplazarlo con el estado de los trabajadores, basado en consejos de trabajadores armados, que inmediatamente tomen el control de todas las existencias de alimentos y otros productos de necesidad y los distribuyan según sea necesario y expropien el capital a gran escala y sometan la economía nacional a la planificación con el fin de satisfacer necesidades, no beneficios. Aunque estos camaradas tienen razón al decir que “es una prioridad detener la embestida del imperialismo y la clase dirigente” y los revolucionarios deben estar junto a ellos contra la derecha, su propia estrategia es la de los mencheviques de 1917.

Mucho peores son las posiciones de los grupos que vienen de la tradición de Moreno en América Latina. La UIT, una parte del FIT, Frente de la Izquierda y los Trabajadores, en Argentina, en realidad apoya a la derecha y resta importancia a su respaldo imperialista. Otros de la misma tradición como la LIT y la Fracción Trotskista, FT, no van tan lejos, pero todavía hacen concesiones a la derecha. La FT llama a la derecha y los Chavistas “igualmente reaccionarios”. Esto no es “independencia de la clase obrera”, como dicen, sino un fracaso sectario al defender a la clase obrera frente a una embestida de la derecha. Ese apoyo abierto a las fuerzas contrarrevolucionarias (UIT) o el abstencionismo pasivo (LIT, FT) tienen que ser claramente denunciados.

Un derrocamiento del gobierno por la derecha no sería solo una derrota para Maduro y su círculo, sino, sobre todo para las masas venezolanas. Por tanto, los revolucionarios necesitan combinar la crítica clara y un programa para el poder de la clase obrera con la preparación para unirse a las fuerzas contra la contrarrevolución. Necesitan exigir el armado de la clase obrera, los campesinos y los pobres urbanos, entrenamiento militar bajo control sindical, la expropiación de la clase capitalista, una purga del ejército, la policía y el aparato estatal de fuerzas contrarrevolucionaria, no aumentando el poder de un aparato burgués, sino con la creación de consejos populares y de los trabajadores. Deben exigir libertad completa para todas las fuerzas que quieran defender y extender las conquistas de las masas. Y, lo más importante, necesitan formar su propio partido político, un partido basado en el programa de la Revolución Permanente