El sueño americano se convierte en una pesadilla

Para 800.000 soñadores la mañana del 5 de septiembre su sueño americano se convirtió en una pesadilla. El Fiscal General de Donald Trump, Jeff Sessions, anunció el fin del programa de la Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA) de Barack Obama. Introducida en 2012, permitió a los inmigrantes indocumentados menores de 16 años obtener permisos de residencia y de trabajo de dos años de duración, prorrogables si el menor no fuese condenado por ningún delito.

Los niños migrantes son popularmente conocidos como Soñadores (Dreamers) por las siglas en inglés de la Ley de fomento para el progreso, alivio y educación para menores extranjeros (Development, Relief, and Education for Alien Minors Act (DREAM) que creó el programa de DACA. Como se podría adivinar por este acrónimo, DACA tiene una buena reputación entre la mayoría de los estadounidenses, que no pueden entender por qué los niños pequeños deben ser deportados a países con los que pueden tener poca o ninguna conexión.

La finalización del DACA había sido objeto de debate dentro de la Casa Blanca. Paul Ryan, Presidente republicano de la Cámara de Representantes, instó públicamente a Trump a no poner fin a DACA. Su hija, Ivanka Trump, y el esposo de ésta, Jared Kuchner, también argumentaron a favor de su continuación, al igual que el Jefe de Gabinete de la Casa Blanca, John Kelly.

Las lágrimas de cocodrilo de Trump

Tan recientemente como en abril, Trump declaró en una entrevista concedida a Associated Press que estos jóvenes podrían “descansar tranquilos” ya que sus políticas anti-inmigración no eran “contra los Soñadores, [sino] contra los criminales”.

Incluso representó un espectáculo repugnante de un líder dividido entre su corazón y su cabeza: “Lo que ocurre con DACA es una cosa muy difícil para mí, porque amo a estos niños, amo a los niños. Tengo hijos y nietos, y encuentro muy, muy difícil hacer lo que la ley dice exactamente que hay hacer y, sabes, la ley es dura”.

En realidad, su único conflicto es si perder aún más apoyo popular o arriesgar su reputación con su base social reaccionaria, que espera que evite que todos los inmigrantes ilegales consigan puestos de trabajo que de otra manera podrían ser ocupados por los estadounidenses, a pesar de que en EE.UU. el desempleo está en su nivel más bajo desde 2001.

Sin embargo, cuando Texas y otros nueve estados amenazaron con acciones legales si el DACA no era rescindido el 8 de septiembre, Jeff Sessions, que tiene fuertes vínculos con la derecha alternativa (Alt-Right), acalló estas poderosas voces en el círculo íntimo del Presidente. Argumentó que el DACA era inconstitucional, que Obama la había promulgado sin el apoyo del Congreso.

La decisión final para terminar el programa recae en el Congreso, mientras que durante un período de transición de seis meses una comisión elaborará una solución de seguimiento. Sin embargo, la derecha está tranquilizada por el hecho de que, antes de que venza el plazo de seis meses, las investigaciones pueden iniciarse y que, si se pueden encontrar “acumulaciones de delitos menores”, las deportaciones masivas pueden estar justificadas. Los Dreamers y sus familias permanecen en un estado de aguda ansiedad e incertidumbre.

Ser empujado de nuevo a la ilegalidad es una perspectiva sombría y difícil. Para abandonar su estatus ilegal hace cinco años, los Dreamers presentaron un buen número de sus detalles confidenciales, lo que hará más fácil para el Servicio de Inmigración y Naturalización de Estados Unidos (INS) poder rastrearlos.

Las protestas del 5 de septiembre de los Dreamers y sus partidarios son alentadoras. Durante la última década estos jóvenes, que llegaron a los Estados Unidos como niños, han construido un movimiento político: hablando, organizando manifestaciones, creando alianzas y presionando a los legisladores para que les concedan un apoyo legal.

Emergiendo de la clandestinidad indocumentada, en 2012, arrebataron una victoria de Barack Obama protestando, creando grupos de presión y avergonzándolo por su récord de deportaciones agresivas. Sus dos administraciones llevaron a cabo 2,5 millones de deportaciones entre 2009 y 2015, con un récord de 419.384 sólo en 2012. Pero se vio obligado a utilizar su autoridad ejecutiva para crear el DACA.

Resistencia

Ahora tiene que crearse una auténtica campaña de masas, a partir de otras organizaciones de trabajadores migrantes, pero también llegando a los sindicatos, organizaciones políticas como los Socialistas Democráticos de América, Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan) y la izquierda radical.

Por supuesto, el primer objetivo de la campaña debería ser revertir la decisión del Presidente sobre DACA. En esta tarea no se puede confiar en los republicanos como Ryan o Ivanka Trump y Jared Kushner, y mucho menos en el Congreso de mayoría republicana. Tampoco pueden confiar en los demócratas. Sólo pueden encontrar ayuda en poderosas movilizaciones de masas en la calle, la desobediencia civil, incluyendo retiradas masivas de mano de obra, como la famosa huelga general de 2006, el Día Sin Inmigrantes, cuando las calles de Estados Unidos resonaron al grito en español de “Sí se puede” (del original “Yes, we can”). Y podemos hacerlo de nuevo.

Nuestros objetivos deben extenderse desde mantener el DACA hasta los plenos derechos de ciudadanía para todos los inmigrantes indocumentados. No debemos dejarnos dividir según nuestros diferentes países de origen. Los estadounidenses nacidos en los Estados Unidos necesitan unirse al movimiento con vigor, rechazando el “nativismo” de Trump y proclamando la unidad de los trabajadores.

Deben crearse comités de acción local en el que podemos organizarnos democráticamente, planificar acciones conjuntas y coordinar su ámbito nacional. Estos comités de acción deben ser vistos como un punto de partida para reunir las diferentes campañas contra Trump, para unir los diferentes ejes de la resistencia. La organización democrática y la coordinación a nivel de base pueden ser el punto de partida para el desarrollo de una urgentemente necesaria tercera fuerza política en Estados Unidos: un nuevo partido de la clase obrera capaz de liderar una resistencia real a nivel nacional.